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microMUNDOS

Los micromundos son cosas que me vienen a la cabeza y que no se sabe de dónde proceden. Entre ellos puedes encontrar reinos edificados sobre el poder de una corona de boquerones o la crónica de una banda de caniches criminales en el Chicago de los años 20. Yo qué sé, no preguntes.

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  • Álex Garrido

La gente no se entiende. Eso es porque tienen la boca llena de merluzas. También por los prejuicios y el egoísmo, pero yo miraría antes lo de las merluzas, la verdad.

  • Álex Garrido

Palíndroma de Circadia era la hija ilegítima de un noble griego y de una esclava mercante a la que habían liberado gracias a su habilidad con el punto de cruz. De joven, Palíndroma salió a jugar a un bosque cercano a su casa y cayó por un hoyo.

Pasó cuatro días desaparecida y, cuando ya la daban por muerta, cruzó la puerta de su casa con el semblante serio. Nunca le dijo a nadie dónde había estado.

Pasados los años, a la edad de 21, Palíndroma de Circadia compró una empresa constructora que pasaba malos momentos por la crisis. Sus padres le dijeron que a ver si iba a ser una mala inversión, que no estaban dando hipotecas y nadie estaba comprando pisos, pero a Palíndroma le daba igual. Sobornó a uno de los obreros que estaban incluidos en la empresa para que le diera clases de excavadora. Y, cuando supo lo suficiente, volvió a desaparecer con su excavadora. Nadie salió a buscarla porque ya se sabía lo rarita que era, y además hacía frío.

Pero, cuando acabó el invierno, unos extraños papiros empezaron a aparecer en las casa de su aldea. “¡Ven a Minopark!”, decían. Y daban indicaciones. Los primeros en acercarse comprobaron cómo medio bosque había sido excavado, dejando a la vista un complejo laberinto circular en el que se intuían difusas sombras moviéndose. La entrada costaba 4,50, y a muchos les pareció un chollo. El truco estaba en que no podías entrar con comida y, una vez dentro, costaba un ojo de la cara (literalmente). El laberinto era bastante fácil pero, como la gente es caprichosa, se arrancaba los ojos nada más entrar para conseguir unas patatas y un aquarius, que era la bebida más popular de la antigua Grecia. Entonces no conseguían nunca resolver el laberinto, y eran pasto del minotauro que habitaba en él y que Palíndroma había conocido cuando cayó por el hoyo de niña. Ya era espabilada y vio enseguida la oportunidad de negocio, así evitó que el minotauro la devorase, le prometió acciones y un sillón en la junta directiva de Minopark.

Solo una persona logró resolver el laberinto, un niño de nueve años llamado Wilfredo que tenía cagalera y al que su madre no dejó comprar patatas, solo aquarius. Así conservó un ojo, que le sirvió para llegar al centro del laberinto. A pesar de todo tardó mucho, porque tonto era un rato. Pero bueno, llegó. El minotauro, que le esperaba allí, estaba obligado contractualmente a respetar su vida y a hacerle un baile de congratulaciones por resolver el laberinto, así que lo hizo, pero bastante a regañadientes. Luego le arrancó las piernas al niño Wilfredo y se las comió, alegando que eso no era matarle, solo mutilar, y por lo tanto entraba dentro de las normas del contrato. Wilfredo trató de apelar a la corte, pero no tenía dinero para abogados y además allí no había corte, así que nada. Llegó a la linde del bosque arrastrándose y allí murió desangrado, pero fuera del terreno del Minopark, con lo cual todo era legal. Palíndroma de Circadia no había dejado nada al azar. Era la Amancio Ortega de la antigüedad.

  • Álex Garrido

La palabra parricidio se parece demasiado a “parrilla”. Creo que terminaríamos con esta lacra social si el acto se denominara de otra forma, tipo escruflepajo. ¿Quién mierdas quiere formar parte de un escruflepajo? Sin embargo, si te dicen que te van a invitar a un parricidio, te lo piensas. ¿Habrá choricitos de esos pequeños?, preguntas. Y el futuro asesino se lo pensará y llegará a la conclusión inevitable de que, ya que va a matar a sus padres, también puede hacer chorizos pequeños con ellos. “Sí”, te contestará. El malentendido está servido y tú acabarás en la cárcel como cómplice de asesinato por una simple metonimia.

He de reconocer que ahí me he tirado a la piscina. Estoy rezando para que “metonimia” sea eso de que dos palabras suenan parecido, pero no las tengo todas conmigo. Es más, creo que no es. Pensemos con lógica analítica: METO, del latín “metere”, significa “meteorito”. NIMIA, del griego “bífidus”, significa “chiquitina”. O sea que una metonimia es un meteorito chiquitín, ahora los llaman micrometeoritos para no ofender, pero es lo mismo. En unos años la palabra “micrometeorito” estará tan cargada de odio como “meteorito chiquitín” en la actualidad. Y lo peor es que sabemos que nadie va a parar esta locura. Nadie sabe cómo. Este será el cáncer de nuestra civilización.

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