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Álex Garrido

La corona de boquerones

La corona de boquerones, o boqorona, es un artefacto rúnico de gran poder que los gatos desenterraron en una excavación arqueológica de Babilonia. Al parecer, otorga a quien se la pone el control de un ejército de ratones demoníacos especializados en roer muebles de IKEA, pero también en cosas de guerras, como matar y tal.

Los gatos, que son unos pícaros, utilizaron sabiamente este poder: Pelusillas V se puso la corone e inmediatamente les dio órdenes a los ejércitos ratoniles de que mandaran un destacamento de diez soldados a su comedor. Los ratones demoníacos, obedientes a su amo, fueron a la estancia y se encontraron con Pelusillas y sus nueve consejeros, que procedieron a coger cada uno un ratón y cenárselo. Pelusillas V dictaminó: "no están especialmente buenos, pero podemos invocar todos los que queramos, cuando queramos". Así dio comienzo una era de prosperidad y expansión territorial para los gatos, auspiciada por el poder sobrenatural de la corona de boquerones.

Los soldados ratoniles se sentían imbéciles, llegó un momento en el que todos en el inframundo sabían que no estaban luchando en ninguna guerra despiadada, sino que todos esos hermanos a los que llamaban a filas y no volvían estaban siendo devorados. Pero poco podían hacer, la boqorona les controlaba.

Bigotitos I, un descendiente de Pelusillas V, fue un monarca más ambicioso que ningún otro. Tenía todo lo que se puede tener en el mundo, riquezas, territorio, poder, snacks de ratones demoníacos a todas horas... pero había una cosa que no podía tener. Uno de los ratones invocados como desayuno plantó la semilla de la insatisfacción en él antes de ser devorado. "Por mucho poder que tengas, hay una cosa que nunca podrás comer, pringado de mierda" (como iba a morir, el ratón demoníaco se permitía muchas licencias, su yugo con la corona de boquerones le obligaba a obedecer, no a ser amable). "Rata infecta, puedo comer lo que desee en este mundo, y ahora lo que deseo es comerte a tí, por lista". "Ja", replicó el ratón, "¿ves esos suculentos boquerones que hay en la corona? Jamás podrás probarlos". Bigotitos I se quedó boquiabierto, mirando al ratón demoníaco, y luego le devoró a dentelladas en un ataque de furia. Pero la duda ya había anidado en su interior.

Solo fue cuestión de tiempo que Bigotitos le diera un pequeño lametón a uno de los boquerones. Y, una vez lo hubo probado, fue peor. "¿Qué clase de poder omnipotente es este, que no puedo comerme un puto boquerón?", se le oyó clamar. Al final se comió los boquerones de la corona, claro, y con ellos desapareció el poder que encadenaba a los ratones demoníacos.

Al ser liberados, los ratones montaron una plataforma para afectados por el genocidio felino y cosieron a demandas a los gatos, que vieron como todo lo que habían amasado se perdía en compensaciones.

Y luego ya fue la revolución francesa y todo eso.

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